La tradición anual de sumergirse en aguas heladas el día de Año Nuevo no es sólo una prueba de coraje; puede ofrecer beneficios reales para la salud. Desde los clubes de osos polares de la ciudad de Nueva York, que cuentan con décadas de antigüedad, hasta eventos similares en todo el mundo, ahora miles de personas se exponen intencionalmente a condiciones heladas. Si bien la práctica conlleva riesgos, cada vez más investigaciones sugieren que la inmersión en agua fría podría ser sorprendentemente buena tanto para la mente como para el cuerpo.
La reacción extrema del cuerpo
Cuando te sumerges en agua helada, tu cuerpo entra en un estado de conflicto. La respuesta de buceo se activa primero: la frecuencia cardíaca se ralentiza, la respiración se vuelve superficial y los vasos sanguíneos se contraen para conservar oxígeno. Este es un mecanismo natural de supervivencia. Inmediatamente después, la respuesta de choque frío te recorre: el ritmo cardíaco aumenta, la presión arterial aumenta y jadeas en busca de aire. Estas reacciones de duelo crean un estrés intenso en el sistema. Si bien son peligrosos para quienes padecen enfermedades cardíacas o personas no preparadas, expertos como James Mercer de la Universidad Ártica de Noruega sostienen que este estrés genera resiliencia.
Beneficios celulares y refuerzos inmunológicos
Estudios recientes respaldan esta idea. Un informe de 2024 en Advanced Biology mostró que los hombres jóvenes que se bañaban durante una hora en agua a 13-15°C durante siete días experimentaban una mejor función celular. Sus células limpiaron las partes dañadas de manera más eficiente, lo que potencialmente retardó el envejecimiento y las enfermedades. La exposición al agua fría también puede activar el sistema inmunológico, aumentando el recuento de glóbulos blancos y proteínas inmunes clave. Sin embargo, es crucial tener en cuenta que la investigación en esta área sigue siendo limitada: los estudios suelen ser pequeños, mal controlados y varían en la forma en que miden los efectos. No está claro si la natación en agua fría es superior a otros métodos como los baños de hielo.
Más allá de la fisiología: bienestar mental
Los beneficios no son sólo físicos. El psicobiólogo Mark Wetherell de la Universidad de Northumbria descubrió que los nadadores habituales en aguas frías reportan menor ansiedad, mejor sueño y mayor confianza en sí mismos. Los efectos psicológicos probablemente se deben a una combinación de factores: la descarga de endorfinas, la emoción de superar los límites, el apoyo social de nadar con otras personas y simplemente estar al aire libre. La intensa experiencia te obliga a estar presente, como dice el fisiólogo del ejercicio Lee Hill de la Universidad McGill: “Sientes Zen… Sientes cada parte de tu cuerpo”.
La ciencia detrás de las zambullidas polares aún está incompleta, pero la evidencia emergente sugiere que la exposición controlada al agua fría puede desarrollar resiliencia, estimular la función celular y mejorar el bienestar mental. Aunque la precaución es esencial, la práctica puede ofrecer algo más que una fugaz descarga de adrenalina.
































